Es El quien todo lo hace, dejemos que lo haga.
Providencia; después, en el momento señalado por su amor, entra Él mismo en. lo más íntimo de esta
vida, mediante toques sucesivos, cada vez más frecuentes, hasta la hora bendita en que establece en
ella su morada y nada puede escapar a su empresa divina. Dios se apodera de esta alma, de todas sus
facultades, de todos sus actos; dirige todos sus movimientos
interipres y todas sus actividades externas. Lo inspira todo, sin jamás violentar el libre albedrío
de esta voluntad humana, conduciéndola, al contrario, con suma libertad, hacia la realización de
sus eternos designios, obrando en ella y por ella prodigios de gracia, con una soltura y una perfección
tan acabadas, que sólo son propias de Dios. Causa maravilla el espectáculo de estas vidas humanas, tan
enteramente divinas hasta en sus más menudos actos y que realizan el dicho del Apóstol: «Ya no vivo
yo, sino que es Cristo quien vive en mí» 1. Bajo la acción transformadora de Cristo, el hombre se convierte
«en otro Cristo», no viviendo ya sino por la gloria del Padre y la redención del mundo, asociado a. la vida intima de toda la Trinidad. Este milagro de santidad es la obra propia del Espíritu Santo.
El Dios de amor, que habita dentro de nosotros, se muestra perpetuamente activo. Nuestra alma, divinizada
por la gracia, llega a ser el teatro incesante de operaciones divinas, todas las cuales, en definitiva,
tienden a grabar en ella una perfecta semejanza con Dios. Cuanto más nos entregamos a esta acción
creadora, tanto más Dios nos transforma en Él. La santidad no tanto consiste en multiplicar los esfuerzos
personales, cuanto en dejarse formar por Dios a imagen de Cristo. Para un gran número de almas,
la vida interior se reduce a las preocupaciones del «yo», que se inquieta por su perfección y por sus
imperfecciones. No: la santidad es el triunfo de la gracia por la desaparición cada día más total del
«yo» humano, bajo la acción transformadora y liberadora de Dios".
Padre Philipon
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