Para mí, la Navidad es una fiesta religiosa. Celebro el nacimiento de una personalidad excepcional y conmovedora: Jesús de Nazaret, de la que no quiero olvidarme. Ya sé que no nació ese día, ni siquiera el año en que se dice que nació. Por eso es una celebración simbólica. Me gustaría que, por un día, dejáramos de empantanarnos en peleas mezquinas, y recuperáramos la brillantez de esa figura, que , se mire como se mire, es Patrimonio Espiritual de la Humanidad. Antes tendríamos que recuperar otra idea, enturbiada por fanatismos de todos los colores: la importancia humanizadora de la religión. La especie humana es inteligente y feroz, y la noción de Dios funcionó como gran idea reguladora, como representación ideal de un modo más digno de vida, como limitadora del poder político. Es evidente que un concepto tan poderoso tenía que ser instrumentalizado por todo tipo de poderes; laicos o eclesiales. Pero su energía liberadora consigue zafarse de esas trampas. Jesús fue un hombre de fe, y el núcleo de su mensaje es: La bondad es más fuerte que el mal. Hay que tener mucha fe para admitirlo. Y más todavía para obrar en consecuencia. Su segunda afirmación fue: la bondad es la encarnación de Dios. Dicho de forma abrupta: Dios es una acción. ¡Cuánta claridad!
José Antonio Marina
No hay comentarios:
Publicar un comentario