Diario de un enfermo
Enfermos misioneros, septiembre, 1960, nº 52
ANIVERSARIO
Día 24.-
Dentro de unos días entro en el diecinueve año de
enfermedad. Apenas dos más, y mi vida estará deslindada, mitad en salud y
la otra por ese mundo tan distinto que se arracima al pie de una cruz. Si
en la mayoría de edad se cuaja un hombre, mis dieciocho años de inutilidad
autorizan también a una patente de madurez en el sufrimiento. Al cabo de
los años, el dolor y la anquilosis han fraguado duramente, como si fuera una
arboladura de cemento. Y, sin embargo, en la adversidad es un mundo de
sensaciones sorprendentes el que se crece en cada oportunidad, como esas lentes
del caleidoscopio que nunca repiten la figura. De aquí que, con la mayoría,
tenga que confesar a la vez mi ignorancia y mi leve parvuleo en el misterio del
dolor.
La composición de lugar de mi vida podría ser ésta:
Sentad a un hombre en rigurosa postura de 4 (cuatro). Las
manos le quedarán ligeramente reposadas sobre las piernas, con los dedos
encogidos, como el que retiene una moneda. La cabeza, inclinada. Y ya
así, de pronto, golpeadle con fuerza sobre los hombros. Cuando se haya
encogido, dejadle así bien quieto, maduradle en piedra las articulaciones y
derramad sobre el cabello los seis mil y pido días de dieciocho años.
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