Antonio Rivera ( 1914-1934)
Por qué pertenezco a
la Juventud Católica
Debemos ser los jóvenes católicos
hombres de criterio firme, que no nos movamos en nuestros actos a impulsos de
simples sentimientos o convivencias o sencillamente de un modo caprichoso, sino
que siempre tengamos una justificación fundada y racional de nuestra conducta.
Y no sólo esto, sino que siempre tengamos también razones abundantes para
defender esa conducta cuando se combata.
Y en consonancia con esto, al militar
en las organizaciones católicas, en la J.C., concretamente no debemos hacerlo
meramente por una tendencia de simpatía, sino dándonos cuenta de los motivos
que hacen no sólo conveniente, sino necesaria y obligatoria, la inclusión de
los jóvenes en los cuadros de la Acción Católica.
Veamos de examinar brevemente algunos
de esos motivos.
No sería propio de este tema hacer una
defensa del catolicismo, ni una demostración del deber de los hombres de
profesar nuestra religión por ser la única verdadera. No va dirigido este
artículo a los incrédulos, sino a los jóvenes católicos; así, pues, no vamos a
entrar en disquisiciones innecesarias.
Tratemos de demostrar sencillamente,
cómo el joven creyente debe formar parte de nuestra organización.
Porque siendo una de las notas
esenciales del catolicismo la adhesión al Papa (nota ésta que es una de las que
más le distinguen de las demás Iglesias cristianas), y habiendo repetido hasta
la saciedad los Pontífices últimos la obligatoriedad de la Acción Católica, es
natural que nosotros acudamos a su llamamiento; y he aquí ya una razón de peso
que avala nuestra conducta.
Pero, además hay dos grupos de razones
que hacen precisa nuestra actuación en las organizaciones de la J. C.; grupos
de razones que nacen del doble carácter, que pudiéramos decir, que tienen la
práctica de la religión, uno interno y otro externo. Bajo el primer aspecto, es
decir, interno, es evidente el deber de formar en nosotros un fuerte espíritu
de piedad y una solida preparación doctrinal católica; pues bien, para eso,
ningún auxiliar tan poderoso como un Centro de J.C. bien orientado. Dada la
insuficiente preparación de la mayoría de los padres, y dados los peligros
enormes de la vida actual, es indudable que no se exagera al decir que el fin
que en este sentido llena la J.C. no le puede cubrir con ventaja ninguna
institución.
Y bajo el punto de vista externo, es
decir, de exteriorización pública de nuestra creencia, es indudable que la
religión no puede recluirse en el hogar, sino que es en muchos casos necesario
que salga a la plaza pública, y sobre todo en momentos de persecución como los
que ya hemos vivido en nuestra patria, deserta de sus deberes el que calla
cobardemente su significación. Y esta tesis se apoya en las palabras del mismo Jesús,
que dijo: “el que no está conmigo está contra mí”.
Añadamos a estas razones las que
pudiéramos llamar apostolado, que se basan en el amor a Dios y al prójimo. Por
amor a Dios tenemos fervientes deseos de extender su reino. Por amor al prójimo
queremos que nuestros semejantes participen del mismo, y una manera eficaz de
lograr esto la tenemos en la J.C., que es apostolado eminentemente.
Así, pues, joven católico: si te
preguntan que por qué formas parte de nuestra organización, puedes contestar
con decisión:
Porque como hijo fiel del Romano
Pontífice, creo un deber seguir sus mandatos; como hombre de fe, quiero
adquirir una formación católica integra, y como joven, que no dudaría un
momento en dar su sangre por Cristo, si preciso fuera, no tengo rubor de
exhibir públicamente mi significación
católica, y todo esto lo realizo perteneciendo a la gloriosa J.C.E.
ANTONIO RIVERA ( 5 de mayo de 1934, publicado en el
periódico el castellano)
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