Vida inspirada e inspiradora ...

Más allá de las palabras, en el silencio, nos encontramos con Aquél que nos hizo por amor.
En Él nos reencontramos a nosotros mismos y a todos los que amamos.

lunes, 5 de mayo de 2014

Conseguir la Meta en 20 años


Antonio Rivera ( 1914-1934)


Por qué pertenezco a la Juventud Católica

Debemos ser los jóvenes católicos hombres de criterio firme, que no nos movamos en nuestros actos a impulsos de simples sentimientos o convivencias o sencillamente de un modo caprichoso, sino que siempre tengamos una justificación fundada y racional de nuestra conducta. Y no sólo esto, sino que siempre tengamos también razones abundantes para defender esa conducta cuando se combata.
Y en consonancia con esto, al militar en las organizaciones católicas, en la J.C., concretamente no debemos hacerlo meramente por una tendencia de simpatía, sino dándonos cuenta de los motivos que hacen no sólo conveniente, sino necesaria y obligatoria, la inclusión de los jóvenes en los cuadros de la Acción Católica.
Veamos de examinar brevemente algunos de esos motivos.
No sería propio de este tema hacer una defensa del catolicismo, ni una demostración del deber de los hombres de profesar nuestra religión por ser la única verdadera. No va dirigido este artículo a los incrédulos, sino a los jóvenes católicos; así, pues, no vamos a entrar en disquisiciones innecesarias.
Tratemos de demostrar sencillamente, cómo el joven creyente debe formar parte de nuestra organización.
Porque siendo una de las notas esenciales del catolicismo la adhesión al Papa (nota ésta que es una de las que más le distinguen de las demás Iglesias cristianas), y habiendo repetido hasta la saciedad los Pontífices últimos la obligatoriedad de la Acción Católica, es natural que nosotros acudamos a su llamamiento; y he aquí ya una razón de peso que avala nuestra conducta.
Pero, además hay dos grupos de razones que hacen precisa nuestra actuación en las organizaciones de la J. C.; grupos de razones que nacen del doble carácter, que pudiéramos decir, que tienen la práctica de la religión, uno interno y otro externo. Bajo el primer aspecto, es decir, interno, es evidente el deber de formar en nosotros un fuerte espíritu de piedad y una solida preparación doctrinal católica; pues bien, para eso, ningún auxiliar tan poderoso como un Centro de J.C. bien orientado. Dada la insuficiente preparación de la mayoría de los padres, y dados los peligros enormes de la vida actual, es indudable que no se exagera al decir que el fin que en este sentido llena la J.C. no le puede cubrir con ventaja ninguna institución.
Y bajo el punto de vista externo, es decir, de exteriorización pública de nuestra creencia, es indudable que la religión no puede recluirse en el hogar, sino que es en muchos casos necesario que salga a la plaza pública, y sobre todo en momentos de persecución como los que ya hemos vivido en nuestra patria, deserta de sus deberes el que calla cobardemente su significación. Y esta tesis se apoya en las palabras del mismo Jesús, que dijo: “el que no está conmigo está contra mí”.
Añadamos a estas razones las que pudiéramos llamar apostolado, que se basan en el amor a Dios y al prójimo. Por amor a Dios tenemos fervientes deseos de extender su reino. Por amor al prójimo queremos que nuestros semejantes participen del mismo, y una manera eficaz de lograr esto la tenemos en la J.C., que es apostolado eminentemente.
Así, pues, joven católico: si te preguntan que por qué formas parte de nuestra organización, puedes contestar con decisión:
Porque como hijo fiel del Romano Pontífice, creo un deber seguir sus mandatos; como hombre de fe, quiero adquirir una formación católica integra, y como joven, que no dudaría un momento en dar su sangre por Cristo, si preciso fuera, no tengo rubor de exhibir públicamente mi significación  católica, y todo esto lo realizo perteneciendo a la gloriosa J.C.E.

ANTONIO RIVERA ( 5 de mayo de 1934, publicado en el periódico el castellano)



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