Es impresionante la carta que escribió el Beato Juan Pablo II a los artistas, por su belleza pero, sobre todo, por su principio inspirador para todos nosotros.
Este blog al servicio de la Belleza me lleva a subir estos párrafos preciosos, porque si no todos somos artistas, sí somos artífices de nuestra propia historia.
Historia tejida con hilos divinos para hacer de ella una obra de arte.
CARTA
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ARTISTAS (Extractos )
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ARTISTAS (Extractos )
A los que con apasionada entrega
buscan nuevas « epifanías » de la belleza
para ofrecerlas al mundo
a través de la creación artística.
buscan nuevas « epifanías » de la belleza
para ofrecerlas al mundo
a través de la creación artística.
« Dios vio cuanto había hecho, y todo estaba muy
bien » (Gn 1, 31)
El artista, imagen de Dios Creador
1. Nadie mejor que vosotros, artistas, geniales
constructores de belleza, puede intuir algo del pathos con el que Dios, en
el alba de la creación, contempló la obra de sus manos. Un eco de aquel
sentimiento se ha reflejado infinitas veces en la mirada con que vosotros, al
igual que los artistas de todos los tiempos, atraídos por el asombro del
ancestral poder de los sonidos y de las palabras, de los colores y de las
formas, habéis admirado la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella
como la resonancia de aquel misterio de la creación a la que Dios, único
creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo asociaros.
Por esto me ha parecido que no hay palabras más apropiadas
que las del Génesis para comenzar esta Carta dirigida a vosotros, a
quienes me siento unido por experiencias que se remontan muy atrás en el tiempo
y han marcado de modo indeleble mi vida. Con este texto quiero situarme en el
camino del fecundo diálogo de la Iglesia con los artistas que en dos mil años
de historia no se ha interrumpido nunca, y que se presenta también rico de
perspectivas de futuro en el umbral del tercer milenio.
Así pues, Dios ha llamado al hombre a la existencia,
transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la «creación artística» el hombre
se revela más que nunca «imagen de Dios» y lleva a cabo esta tarea ante todo
plasmando la estupenda « materia » de la propia humanidad y, después,
ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea. El Artista
divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello
de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora.
Obviamente, es una participación que deja intacta la distancia infinita entre
el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás de Cusa: «El arte
creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte
por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una
participación del mismo»[1].
Por esto el artista, cuanto más consciente es de su «don»,
tanto más se siente movido a mirar hacia sí mismo y hacia toda la creación con
ojos capaces de contemplar y de agradecer, elevando a Dios su himno de
alabanza. Sólo así puede comprenderse a fondo a sí mismo, su propia vocación y
misión.
2. No todos están llamados a ser artistas en el sentido
específico de la palabra. Sin embargo, según la expresión del Génesis, a
cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto
modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra.
El modo en que el hombre establece la propia relación con el
ser, con la verdad y con el bien, es viviendo y trabajando. El artista vive una
relación peculiar con la belleza. En un sentido muy real puede decirse que la
belleza es la vocación a la que el Creador le llama con el don del « talento
artístico ». Y, ciertamente, también éste es un talento que hay que desarrollar
según la lógica de la parábola evangélica de los talentos (cf. Mt 25,
14-30).
Entramos aquí en un punto esencial. Quien percibe en sí
mismo esta especie de destello divino que es la vocación artística —de poeta,
escritor, pintor, escultor, arquitecto, músico, actor, etc.— advierte al mismo
tiempo la obligación de no malgastar ese talento, sino de desarrollarlo
para ponerlo al servicio del prójimo y de toda la humanidad.
6. La auténtica intuición artística va más allá de lo que
perciben los sentidos y, penetrando la realidad, intenta interpretar su
misterio escondido. Dicha intuición brota de lo más íntimo del alma humana,
allí donde la aspiración a dar sentido a la propia vida se ve acompañada por la
percepción fugaz de la belleza y de la unidad misteriosa de las cosas. Todos
los artistas tienen en común la experiencia de la distancia insondable que
existe entre la obra de sus manos, por lograda que sea, y la perfección
fulgurante de la belleza percibida en el fervor del momento creativo: lo que
logran expresar en lo que pintan, esculpen o crean es sólo un tenue reflejo del
esplendor que durante unos instantes ha brillado ante los ojos de su espíritu.
El creyente no se maravilla de esto: sabe que por un momento
se ha asomado al abismo de luz que tiene su fuente originaria en Dios. ¿Acaso
debe sorprenderse de que el espíritu quede como abrumado hasta el punto de no
poder expresarse sino con balbuceos? El verdadero artista está dispuesto a
reconocer su limitación y hacer suyas las palabras del apóstol Pablo, según el
cual «Dios no habita en santuarios fabricados por manos humanas», de modo que
«no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra,
modelados por el arte y el ingenio humano» (Hch 17, 24.29). Si ya la
realidad íntima de las cosas está siempre «más allá» de las capacidades de
penetración humana, ¡cuánto más Dios en la profundidad de su insondable
misterio!
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